La ética de Aristóteles y el utilitarismo de Mill

Desde que el ser humano empezó a reflexionar sobre su propia existencia y el mundo que le rodea, la ética lo ha acompañado en cuanto reflexión acerca de los códigos morales, de su legitimación y validez. Es imposible hablar de una ética universal, como podemos ver según las múltiples teorías que han convivido a lo largo de los siglos. En este blog nos centraremos en la ética de la felicidad de Aristóteles y el utilitarismo de John Stuart Mill.

Aristóteles y John Stuart Mill son dos de los grandes filósofos que comparten una ética de la felicidad, es decir, afirman que la meta de cualquier acción y comportamiento humano es alcanzar la felicidad. A continuación, veremos cómo cada uno profundiza en el camino correcto para conseguir tal objetivo.

Aristóteles, la ética de la felicidad

Discípulo de Platón y uno de los filósofos más relevantes de la antigua Grecia, Aristóteles (384-322 a. C.) defiende la felicidad como el fin último del hombre, por lo que su pensamiento pertenecería al grupo de las éticas eudemonistas (eudaimonia se puede traducir con «felicidad», aunque literalmente significa «buen espíritu»). Según el filósofo griego, la capacidad racional es nuestra esencia natural, lo que nos distingue como seres humanos respecto a los demás seres vivos. Por consiguiente, la felicidad debe conseguirse mediante el ejercicio de nuestra razón.

Sin embargo, para alcanzar la verdadera felicidad, no basta con llegar a ella de manera individual, sino que debe ser una felicidad colectiva, de toda la comunidad. Para Aristóteles, entonces, la ética está inevitablemente relacionada con la política: el bien personal debe conjugarse con el bien de todos. 

Al contrario de la ética platónica, la cual defiende la existencia de un bien absoluto y se sustenta en la teoría, la ética de Aristóteles es una ética de la praxis, de la acción. El bien no es algo abstracto y trascendente, es el fin al que tienden nuestras acciones. Asimismo, las virtudes son cuestiones prácticas, que se adquieren mediante el ejercicio y el hábito hasta alcanzar el equilibrio del término medio entre el exceso y el defecto. La virtud de la valentía, por ejemplo, es el perfecto término medio entre la cobardía y la temeridad. 

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Aristóteles admite que la naturaleza del ser humano tiende hacia los excesos y los vicios, pero cree que, a través del esfuerzo moral, podemos alejarnos de esta primera naturaleza para adquirir una segunda naturaleza. Será esta última la que elija de manera espontánea actuar con moderación, mediante la mayor virtud posible, la prudencia. En el momento en que se alcanza este estado, se logra la perfección del carácter.

En resumen, Aristóteles desarrolló una ética de la virtud donde confiaba en la libertad del ser humano para elegir los bienes y las virtudes que consideramos buenos para nuestra felicidad y conquistarlos a través de la repetición, de la práctica, hasta asimilarlos como algo natural, propio de nosotros.

Si quieres conocer más sobre su concepto de virtud y de cómo alcanzar la felicidad, te invitamos a leer el artículo de Filosofía&Co dedicado a Ética a Nicómaco, una de las obras más importantes donde reúne toda su reflexión ética, junto a Ética Eudemo.

La ética de Mill: el utilitarismo

En pleno auge del positivismo, la ciencia adquirió protagonismo sustituyendo a la metafísica en muchos aspectos del conocimiento, incluyendo también el campo de la ética. John Stuart Mill (1806-1873), junto a Jeremy Benthan, fue uno de los principales exponentes del utilitarismo. Según esta corriente de pensamiento, la ética puede convertirse en una ciencia positiva, exacta, de la conducta humana.

La premisa de la que parte la ética de Mill es: si la felicidad y el bienestar son los principales fines deseables de la conducta humana, estos deben ser criterio de la moral. Por tanto, una acción se considera buena o mala dependiendo de cuánto se acerca o aleja del objetivo final, alcanzar la felicidad. Es aquí donde reside el principio del utilitarismo de Mill en el que se incluyen aspectos como el dinero, el amor, el poder o la fama, al ser medios deseados para llegar a la felicidad.

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Aunque dicha doctrina pueda ser relacionada con el hedonismo clásico, y de hecho las dos comparten su fundamento, el utilitarismo difiere de la segunda corriente por trascender el ámbito personal: la felicidad y el placer se alcanzan cuando se consigue el máximo provecho y bienestar para el mayor número de personas. Por tanto, la utilidad privada (mi bienestar personal) debe converger con la pública(la felicidad compartida). El modelo perfecto que ejemplifica la ética utilitarista sería precisamente Jesús de Nazaret, con su afirmación «haz como quisieras que te hicieran a ti y ama a tu prójimo como a ti mismo».

Según esta concepción, un cuchillo en sí mismo no sería ni bueno ni malo. Si se usa para algo útil, es decir, para proporcionar bienestar al grupo, resultará bueno. Sin embargo, será malo si se utiliza, por ejemplo, para matar. Transfiriéndolo a nuestra realidad cercana, se podría usar el mismo criterio para, por ejemplo, las redes sociales. Es fácil entender, entonces, su crítica al imperativo categórico de Immanuel Kant que intenta establecer un principio universal, irrealizable para Mill.

En definitiva, para Mill, en el utilitarismo la bondad y maldad no son características inherentes a la naturaleza de la persona o de un objeto, sino que su juicio ético depende de los resultados prácticos de cada conducta en cada caso distinto. Se trata de una ética teleológica, puesto que las acciones son consideradas y valoradas como medios para alcanzar un fin: una acción se valorará de manera positiva si sus consecuencias y efectos son útiles, es decir, nos acercan a la felicidad.

«La moral utilitarista reconoce al ser humano el poder de sacrificar su propio bien por el bien de los otros.»

Si quieres saber más sobre la ética de Kant o descubrir el concepto del emotivismo moral de la ética de Hume, no te pierdas el siguiente artículo.

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